El segundo tema que fue crucial, fue la problemática de la unidad de la Iglesia. Respecto a ello, fui adquiriendo paulatinamente con el tiempo la consciencia de este problema, por dos vías: la experiencia personal y el estudio de la Biblia. En cuanto a mi experiencia personal, lo vi reflejado en los reproches mutuos y discusiones interminables entre protestantes sobre ciertos temas. Si bien existe un mutuo reconocimiento eclesial, no son capaces de llegar a un consenso pleno sobre la materias discordantes. Aquello producía en mi un gran problema, pues respecto a ciertos temas no sabía que interpretación creer, ya que todos decían basarse en la Biblia y ser inspirados por el Espíritu Santo. Es cierto que un principio tuve una doctrina bautista, fundamentalista y apocalíptica, pero pronto aquello fue cambiando, en gran parte de una propia fuerza interior del protestantismo: una continua renovación. Pero aquella renovación tenía una dirección clara: los orígenes. Esto influyó mucho en mi deseo de búsqueda de la verdad. Además, el hecho de las divisiones disciplinarias y doctrinales producían en si mismas la necesidad de encontrar lo correcto respecto a esos temas. Por ello infiero que siempre estuvo en mi presente, aunque hubiese sido de forma inconsciente, el sentido de búsqueda de la Verdad, a pesar de ya saber y creer que esta se encontraba solo en Cristo. Estaba entonces siguiendo un camino que había iniciado mucho antes de entrar al protestantismo, y que había nacido en mi después de haberme alejado del catolicismo al poco tiempo después de mi bautismo. Ahora logro comprender, que era aquel sello que había recibido en mi bautismo, el cual hacía que mi espíritu buscase de alguna forma u otra la Verdad. Así pues, el problema de la unidad que se presentó fue para mi el motor que hizo renacer el sentido de buscar la Verdad en mi vida. Por supuesto, sin dejar de olvidar que existían otros factores que fueron acrecentando esta necesidad.
Pero realmente, ¿qué tan importante es el tema de la unidad de la Iglesia? En realidad es un tema conocido mucho por los protestantes, pero poco abordado de acuerdo a su gravedad. Mi justificación para tal búsqueda estaba en la Biblia. Además, mi profundo deseo era que algún día se alcanzara un acuerdo entre los protestantes, formándose una verdadera única Iglesia, tanto institucional como doctrinal. El ecumenismo era entonces el medio, pero eso si, los católicos estaban para mi excluidos del proceso, a menos que dejaran muchas cosas.
Bajo este contexto inicié mi búsqueda. Movido por el deseo de la unidad de la Iglesia, por la búsqueda de la Verdad (completa) sobre Dios y de un acercamiento mayor a Cristo para poder superar mi crisis moral, a fin de ser un mejor protestante y defender mejor mi religión, y de paso, atacando más fuertemente al adversario, en especial a aquel cristianismo "pervertido" que era para mi el catolicismo.
Quisiera ahora profundizar en mis razones sobre la gravedad del problema de las divisiones dentro de la Iglesia, basándome en las Sagradas Escrituras, que fueron la gran guía en mi búsqueda.
Primero veamos los textos en donde se presenta la unidad de la Iglesia como parte del plan de Dios en la salvación de la humanidad. Acato además, que en todos mis estudios bíblicos trate de ser lo más objetivo posible, evadiendo prejuicios, confrontando opiniones, contextualizando y evitando parcialidades por medio del estudio del texto bíblico lo más completamente posible, aunque reconozco que como humano estoy sujeto a cometer errores, empero ruego a Dios me auxilie.
Uno de los primeros textos es Juan 10, 16. Allí Jesús, mientras habla de su misión pastoral para el nuevo pueblo, menciona que existe otro rebaño de ovejas, de otro corral, que son los gentiles, los cuales también serán llamados por Él y se unirán a los judíos, de modo que exista un solo rebaño, pues hay un solo pastor. Posteriormente, en Juan 17, 11 y 17, 21-23, Jesús aclara su postura, pues ruega al Padre (dentro de la llamada "oración sacerdotal de Jesús" por su Iglesia) que sus discípulos sean uno, tomando como ejemplo la unidad que existe ente el Padre y el Hijo. Además, agrega que aquella unidad servirá como una gran señal para que el mundo pueda creer en el mensaje del evangelio. La realidad confirma esto último, pues en muchos países no cristianos, en donde se ha predicado el evangelio, han existido muchas dificultades debido a las divisiones del cristianismo, pues las personas no saben a que denominación creerle, pues todas dicen tener la verdad. Pero también hay que aclarar que esto no es sólo un deseo de Jesús, que en la práctica nunca se cumplirá, pues a pesar de que muchos me argumenten que ello iba a ser imposible debido a los mismos pecados del hombre, yo contraargumento afirmando que los deseos de Jesús no son iguales que los deseos humanos, pues los deseos de Cristo son divinos y por ende tienen todo el potencial para su realización. Mayormente si se trata de la unidad de la Iglesia, pues ello involucra directamente la conservación de la Verdad revelada en Cristo, y por ende, influye en la obra salvadora de Dios. Por tanto, la unidad visible no es un deseo a la manera de los humanos, sino parte del proyecto de Dios para salvar la humanidad. Pero alguno podrá argumentarme que tal unidad no es necesariamente visible, sino sólo "espiritual" (como la llaman equivocadamente muchos protestantes), justificando así de este modo que las divisiones institucionales de los protestantes no son tan importantes, pues "espiritualmente" todos se sienten muy unidos. Pero para derribar semejante falsedad basta escuchar la Palabra de Dios, pues lo espiritual involucra también la doctrina y la disciplina, sino sería solo "espiritismo".
El libro de los Hechos, en 4, 32 (y también 2, 44-46) podría ser por si mismo en estos pasajes la justificación de muchos protestantes, pues aquí se habla solamente de una unidad de corazón (al menos explícitamente). Sin embargo, será este mismo libro el que nos de el tiro decisivo, pero aquello lo veré al final. Continúo con las cartas.
San Pablo escribe en su primera carta a los Corintios 1, 10: “Les ruego, hermanos, en el nombre de Cristo Jesús nuestro Señor que se pongan de acuerdo y que no haya divisiones entre ustedes. Vivan unidos en el mismo pensar y sentir”. Habían informado a Pablo que existían rivalidades dentro de la comunidad de Corinto. Algunos decían: “yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Pedro, yo soy de Cristo” (1, 11). A lo que el apóstol contesta reafirmando la unidad del mensaje y la obra cristiana, en un hermoso pasaje más adelante en la carta: “Nadie se sienta orgulloso por seguir a tal o cual hombre, ya que todo es de ustedes, Pablo, Apolo, Kefas… ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios. Que todos nos consideren como servidores de Cristo, encargados suyos para administrar las obras misteriosas de Dios.” (3, 21- 4, 1). De este modo, Pablo enfrenta el sectarismo que ocurría en la Iglesia de Corinto, formándose grupos que se hacían llamar seguidores de un apóstol en específico, mediante la explicación del rol de servidores, ministros y obreros, que cumplen los apóstoles y misioneros en la Iglesia, enfatizándose la unidad de esta en Cristo como única base. Los insta además a ponerse de acuerdo, a buscar consensos y soluciones a sus diferencias respetando la unidad y rechazando toda forma de sectarismo. Así, Pablo es muy claro al mostrar el camino a seguir para resolver las diferencias de pensar y sentir en la Iglesia.
Continúa Pablo en esta misma carta (1º Corintios) comparando la unidad y funcionalidad de la Iglesia con la de un cuerpo físico (12, 12-31). Escribe que del mismo modo como un cuerpo (pensemos en el cuerpo humano) tiene muchas partes (órganos) y cada una de éstas cumple diversas funciones, así la Iglesia tiene muchos miembros, distintos cada uno y con funciones distintas, pero éstas funciones son complementarias, interactúan entre sí y dan vida a todo el cuerpo. Incluso, Pablo exhorta a no desestimar las funciones, incluso las más pequeñas, pues todas son necesarias. Por ello afirma: “que no haya divisiones dentro del cuerpo sino que más bien cada uno de los miembros se preocupe de los demás. Cuando uno sufre, todos los demás sufren con él, y cuando recibe honor, todos se alegran con él” (12, 25-26). Así, explica como debe funcionar la hermandad y sentido de comunidad dentro de la Iglesia. Pero va más lejos. Luego escribe: “ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno en particular es parte de él. Así pues, Dios nos ha establecido en su Iglesia. En primer lugar, los apóstoles, en segundo lugar, los profetas, en tercer lugar los maestros…” (12, 27-28). Pablo llama a la Iglesia “el cuerpo de Cristo”, es decir ella es parte de Él, esta unida a Él, tanto como conjunto como cada persona en forma individual. Esta idea la repite en diversos otros lugares: Rom. 12, 5; 1 Cor. 10, 17; 12, 12, 27; Ef. 2: 16; 4: 4, 12, 16; 5:23, 30; Col. 1:18, 24; 2, 19). Cabe indicar que al hacer de la Iglesia el “cuerpo de Cristo”, le otorga un rol y valor importante, que se desprende del carácter divino de Cristo, cabeza de la Iglesia. Además, Pablo continúa indicando que Dios ha puesto en la Iglesia diversas funciones llevadas a cabo por sus integrantes, y éstas ordenadas jerárquicamente, partiendo de los primeros, los apóstoles que Jesús eligió (los doce más San Pablo). Por tanto, la analogía del cuerpo tiene un objetivo claro para Pablo: ser el fundamento teórico para restaurar el orden en la Iglesia de Corinto, fundado en el apego y respeto por las autoridades correspondientes y a la funcionalidad de todos los trabajos, incluso los que humanamente parecen inferiores, viéndolos como puestos por Dios y por tanto merecedores de respeto.
Recordemos que San Pablo escribió a las comunidades cristianas de su época partiendo de problemas concretos que se suscitaron en ellas. Es a partir de sus respuestas, decisiones, mandatos y omisiones que se desprende un conjunto de doctrina.
En Efesios 4: 1-6, Pablo dice: “Sean un cuerpo y un espíritu, pues, al ser llamados por Dios, se dio a todos la misma esperanza. Uno es el Señor, una la fe, uno el bautismo. Uno es Dios, el Padre de todos…” indicando como esta unión se fundamenta en una misma esperanza, un mismo Señor, un bautismo y un Dios. A partir de ello, no sorprende como las divisiones de la Iglesia han generado problemas como: bautismos diferentes (incluso rebautización de personas), artículos de fe distintos, distintas esperanzas, distintas ideas de Dios y del Señor Jesús.
¿Qué opina entonces Pablo y otros autores bíblicos sobre las divisiones dentro de la Iglesia?
En la carta a los Romanos 16: 17-18 escribe: “Hermanos, les ruego que tengan cuidado con esa gente que va provocando divisiones y dificultades, al enseñarles cosas distintas de las que ustedes han aprendido: aléjense de ellos. Porque esas personas no sirven a Cristo nuestro Señor, sino más bien a sus propios vientres, y con palabras suaves y agradables engañan los corazones sencillos”. Es interesante como aparecen ligada las divisiones con la enseñanza de cosas distintas a la enseñanza recibida en la Iglesia. Se trata de personas que se aprovechan de la sencillez de muchos creyentes para conducirlos a doctrinas erradas, mediante un trato psicológico atractivo. Hoy en día esto no ha cambiado en lo sustancial, y comúnmente aparecen nuevas creencias y sectas, que engañan la sencillez de muchas personas, que por falta de profundos conocimientos en la fe se dejan llevar por las apariencias de estos sectarios. Pero debe hacerse una distinción en este pasaje. Pablo no se refiere sólo a personas que vienen de fuera de la Iglesia a llevar feligreses a su secta, sino más bien a personas que originan divisiones dentro de la Iglesia en materias de doctrina, sin aclarar si estas personas provienen desde fuera o dentro de la misma Iglesia. Cualquiera sea el caso, aquellos no son movidos por el Espíritu de Dios, sino por lo más bajo de su carne.
En la carta a Tito 3: 10-11, el apóstol nos presenta una orden muy reveladora: “Si alguien fomenta sectas en la Iglesia, le llamarás la atención una primera y una segunda vez; después, rompe con él, sabiendo que es un descarriado y culpable que se condena a sí mismo”. Independientemente de los cuestionamientos respecto a la autenticidad de esta carta, su autoridad no queda discutida pues es parte del canon bíblico. Así, San Pablo, o quien sea su autor, indica un profundo rechazo a cualquier cristiano que fomente sectas y/o divisiones dentro de la Iglesia. Asimismo, menciona como debe procederse frente a tal situación. Primero debe ser amonestado por la autoridad eclesiástica (nótese que la carta no está dirigida a una comunidad en particular, sino a un presbítero), y si al segundo intento la persona que esta promoviendo sectas no se retracta, ordena romper toda relación con aquella persona y considerarlo como un descarriado y condenado. Este pasaje es sin duda el fundamento bíblico para todo el accionar posterior que ha tenido la Iglesia Católica al tratar con personas que generan divisiones doctrinales al interior de la Iglesia, entiéndase la “excomunión”.
Judas en su carta (17-19), confirma lo anteriormente dicho al referirse a personas que desde dentro de la Iglesia han causado divisiones y conflictos: “Al fin de los tiempos habrá hombres que se burlarán de las cosas sagradas y vivirán según sus deseos impuros. Aquí tienen a hombres que causan divisiones, hombre terrenales que no tiene el Espíritu Santo”. Es interesante la antítesis que se infiere, entre hombres terrenales y sin el Espíritu Santo que provocan divisiones, contra hombres espirituales guiados por Espíritu Santo que mantienen la unión.
Por último, el tiro decisivo nos lo da un caso concreto, donde se presentan doctrinas diferentes al interior de la Iglesia, que amenazan la integridad de la unidad, y cómo los apóstoles y dirigentes de la Iglesia actúan para llegan a un acuerdo y conservar la unidad. Es el llamado Concilio de Jerusalén, en Hechos 15:1-27. Ocurrió que dentro de la Iglesia algunos cristianos de origen judía habían iniciado una disputa, enseñando que todos los fieles debían circuncidarse y cumplir las ordenanzas de la Ley de Moisés, lo que les enfrentó a aquellos miembros, en especial no judíos, que enseñaban que aquello ya no debía guardarse. El conflicto amenazó la unidad de la Iglesia, amenazando con causar una división entre la comunidad de Jerusalén y de Antioquia. Frente a ello, los dirigentes de Antioquia viajaron a Jerusalén, para discutir el asunto con los apóstoles. Estos se reunieron junto a los presbíteros presentes, y tras un debate donde se presentaron ambas posturas, se acordó no exigir a los gentiles (no judíos) el cumplimiento de la Ley de Moisés. El acuerdo fue puesto por escrito y debía ser acatado por toda la Iglesia.
Lo interesante de este pasaje, es primero cómo se realiza un proceso para dirimir las disputas doctrinales al interior de la Iglesia, con el fin de conservar no sólo la unidad espiritual, sino también física o institucional, pues el hecho de estar unidos en un mismo espíritu, tal como lo dice San Pablo, implica también estar en un mismo pensar (1 Corintios 1:10), es decir, una misma enseñanza, y como ocurrió en el Concilio de Jerusalén, no permitieron que la Iglesia de dividiese en dos “iglesias hermanas” unidas por un lazo “espiritual”, la iglesia de los que guardan la Ley de Moisés y la iglesia de los que no lo hacen, sino que se conservara una sola Iglesia, con una sola doctrina y orden. De hecho, el uso de concilios o reuniones como forma para solucionar las controversias doctrinales de la Iglesia, ha sido utilizado hasta la actualidad en el catolicismo, permitiendo conservar la unidad de esta Iglesia. Al contrario, el protestantismo se ha negado en a este tipo de procedimientos, o no los ha realizado con la suficiente fuerza, ocurriendo entonces que cada nueva doctrina que surge dentro de una iglesia protestante, desemboca normalmente en la creación de una nueva “iglesia”.
"Uno es el Señor, una la fe, uno el bautismo. Uno es Dios, el Padre de todos" (Efesios 4,5). Uno sólo Dios, un sólo Señor y Salvador, una sola Fe, una sola Iglesia.